Canciones sobre seres humanos maltrechos
Canciones sobre seres humanos maltrechos
Por: Roberto Reyes (8 de marzo de 2013)
A veces me sucede que una frase, un gesto, una imagen o una palabra se convierte en el detonante para escribir acerca de un tema que había estado rumiando durante semanas o meses. Así me ha ocurrido al leer la crónica La lectora, que Maykel González Vivero, redactor de Radio Sagua, conserva en el archivo de su blog El Nictálope.
La imagen de "La lectora" acompaña un texto homónimo publicado en el blog El Nictálope. Foto: Maykel González Vivero
El texto es excelente, y las fotos que lo acompañan son sublimes.
Fueron precisamente las fotos las que me avivaron el interés de hurgar en canciones que hablan de esos seres humanos casi «invisibles» que a veces nos sorprenden en algunos sitios. Criaturas —la mayoría taciturnas y tranquilas, y unas pocas bullangueras y parlanchinas— que cargan sobre sus hombros el doloroso fardo de la penuria, el abandono o la locura.
Hace muchos años, cuando escuché por primera vez la pieza El papalote, de Silvio Rodríguez, me sobrevino un estremecimiento que me trajo a la memoria a personajes que conocí en mi niñez. Y es que algunos eran como el Narciso el Mocho que menciona el cantor:
(...)
La gente te chiflaba
cuando en la tarde subías borracho;
tú contestabas piedras
y maldiciones a tus muchachos.
Eras el personaje
de los trajines de tu pueblo;
eras para la gracia;
eras un viejo; eras negro.
(...)
Aunque el trovador nos cuenta que a veces el personaje "contestaba piedras y maldiciones" a los muchachos del pueblo, la imagen de «tipo duro y agrio» se desvanece cuando escuchamos los versos que siguen:
(...)
Una vez de tus manos
un "coronel" salió brillando.
Qué pájaro perfecto:
cuántos colores, qué lindo canto.
Ninguno de nosotros
iba a volarlo, ya se sabía:
era un encargo caro
del que mandaba, del que tenía.
Llevabas en el puño
aquel dinero de la tristeza;
dinero de aguardiente
de "El Sol de Cuba", de la cerveza;
y te seguimos todos
a celebrarlo, sucios y locos:
para ti "Carta Oro"
y caramelos para nosotros.
(...)
Con el dinero de la venta del "coronel" —un papalote gigantesco— Narciso el Mocho no solo se compró una botella de ron, sino también caramelos que repartió entre todos. De este modo Silvio nos muestra que la «dureza» del personaje era una farsa, una mascarada para ocultar la bondad.
A propósito, en estas criaturas venidas a menos el alcohol suele ser una constante. La bebida les sirve para sumergirse en un estado de aparente felicidad con el que olvidan las carencias, calman el hambre, mitigan la sed, y alejan de la memoria la indiferencia del entorno.
Para confirmarlo, ahí está el exdeportista que describe Carlos Varela en la canción Blues del boxeador:
Regresa a su casa con la madrugada
pasado de tragos sin pagarse nada
se bebió la noche y antes de acostarse
se encontró un amigo y empezó a acordarse
que fue boxeador hace ya unos años
que rompió sus manos en una pelea
te habla de la vida lo que se le ocurre
conoció la fama, pero ahora se aburre.
(...)
El trovador parece decirnos que la fama es efímera y que la nostalgia o, lo que es peor, el aburrimiento, suelen tomar su lugar. Del final de la pieza emana un intenso «olor» a decadencia y olvido:
(...)
Ya no sale su foto en los diarios
ya no hay más medallas, ya no hay más contrarios
y el último golpe será cuando un día
solo lo recuerden los viejos del barrio.
Ahora tiene un perro para la nostalgia
y las cicatrices que fueron quedando.
Regresa a su casa cuando duermen todos
la calle da vueltas y él va silbando
solo.
Si no estamos alertas, podemos convertirnos en ese señor aburrido y solitario que regresa a su casa tarde en la noche. Así parece advertirnos Carlos Varela con el silbido final.
En otras canciones los rasgos del personaje no están delineados. Su presencia solo la intuimos.
Cuál fue el motivo
no lo sabrán
pero tu realidad es dura
Es que la vida te ha hecho caer tan bajo
o despreocupación
Qué será de ti
si has decidido que vivir en sociedad
no te es necesario
una estampida
una mirada
una botella vacía de alcohol
más todo el peso universal
sobre tus espaldas
que será la forma que usas
para profanar las calles
Soy tu mano estirada
pidiendo amor
bajo tu ropaje de infeliz
y la fuerza de tu sangre en movimiento
que me causa remordimiento
como ser humano
tanto o igual que tú
(...)
El mendigo no describe a un personaje, ni cuenta una historia. Es una canción que se limita a transpirar angustia. Como si el trovador Eric Méndez deseara inquietarnos con el desasosiego, las dudas y la impotencia que le provocan esas criaturas venidas a menos.
En el extremo opuesto se sitúa la pieza El loco del tranvía. Con un verbo desafiante, William Vivanco asume la personalidad de un lunático que se burla de quienes lo rodean:
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Fumando voy mejor, paciente lord,
mi tranvía,
la novedad, pues a la vuelta está,
esperando por mí,
pero loco, me dicen, "loco",
esos otros de la estación,
hablando del confort,
la política, la utópica justicia,
fumando voy, decía,
y las corbatas para los demás,
ellos allá, ja, ja,
que hipocrecía,
mientras me reservo mi rincón eterno,
y dando vueltas, tanta vuelta,
ni pensarlo ya no estoy,
y dando vueltas, tanta vuelta,
con mi infierno voy mejor,
y tú, pelado uniformado,
en tu cruz, anodino bien portado,
dilo de una vez, con poca chispa,
te has convertido en un gusano,
mueres de conocer tanta noticia,
y no eres libre como yo,
con mi tranvía en Nueva York,
dilo de una vez: no estás de acuerdo,
pero te quedas ahí parado,
porque tienes que oler a hombre cuerdo,
ahora mírame a mí: tan loco y tan feliz,
y dando vuelta, tanta vuelta,
ni pensarlo ya no estoy,
y dando vuelta, tanta vuelta,
con mi infierno voy mejor,
y tú, pelado uniformado,
en tu cruz, anodino bien portado,
dilo de una vez
dilo de una vez
dilo de una vez
dilo de una vez
Dije que el lunático se burla de nosotros, y dije mal. En realidad arremete contra nosotros: nos conmina a quitarnos las máscaras, nos califica de cobardes, nos compara con un repulsivo gusano. Y, como si no bastara con tanta insolencia, confiesa que es feliz.
Con El loco del tranvía William Vivanco reivindica a esos seres humanos maltrechos que la sociedad suele mirar con desdén. Y con estas líneas Trastienda musical, humildemente, se suma a tan noble acción.