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Festival Longina muestra senales alarmantes

Festival Longina muestra señales alarmantes

Por: Roberto Reyes (16 de enero de 2013)

La vulgaridad y la chabacanería se han convertido en una especie de marea negra que va contaminando todos los géneros musicales del archipiélago cubano. Y, a juzgar por las señales que ha emitido el recién concluido Festival Longina, ahora le ha llegado el turno a la trova.

Fragmento del cartel del Festival Longina 2013

Fragmento del cartel del Festival Longina 2013

Eran las 10 y 30 de la noche. El público —mayoritariamente joven— repletaba el patio de El Mejunje. En el escenario el trovador Ariel Díaz interpretaba canciones que unas veces llamaban a meditar acerca del entorno y otras se sumergían en el amor. Los aplausos demostraban aceptación y respeto.

Para despedirse de la audiencia Ariel utilizó una suerte de rumba que invitaba a agitar el cuerpo y la mente. Nada de concesiones a la gozadera, a la búsqueda del aplauso fácil, o al coro que alucina con los estribillos pegadizos. Era trova genuina.

Entonces llegó, para mostrar sus credenciales, un puñado de representantes de la más reciente hornada de trovadores. Y aunque no faltaron los tanteos, las inseguridades y los despistes, predominaron las certezas y los hallazgos.

Más tarde se presentó Audis Vargas. Se le veía inquieto, nervioso ante el micrófono. Parecía sumamente interesado en agitar a quienes disfrutaban del espectáculo, y más que cantar se desgañitaba.

El texto de la pieza del trovador era una verdadera «joya», digna de ciertas agrupaciones timberas: "Ahora vamos a aprender cómo se cocina el pesca'o, la mano izquierda arriba...","Ahora mueve, mueve, mueve","Ya se está cocinando el pesca'o". Y los presentes movían sus cuerpos.

Fueron 15 minutos en los que Vargas hizo todo lo posible por mostrar hasta dónde ha logrado desarrollar un híbrido musical que tal vez pudiera llamarse «timba-trova». Lo cierto es que ofreció «mucho ruido y pocas nueces».

Las aguas «troveras» tomaron su nivel con Mauricio Figueiral, quien también hizo bailar al público pero con piezas en las que, inteligentemente, se mezclan crítica social y ritmo, picardía y desenfado. Por el mismo sendero llegó Pedro Beritán, y los asistentes le correspondieron con bailes y palmadas.

Cerca de la medianoche la velada exhibía un saludable ambiente lúdico, en el que la trova se había impregnado de los «aires» del changüí, el son, el reggae y los ritmos brasileños.

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La llegada de Adrián Berazaín al escenario provocó un estallido de aplausos. Sus videoclips ingeniosos y de buena factura —con los que promociona canciones sugestivas— han logrado cautivar a miles de jóvenes.

El cantor comenzó con la balada Si te hago canción y, de ese modo, rompió con las propuestas cargadas de ritmo de quienes lo precedieron. Aún así —no podía ser de otra manera— lo acompañó un coro de cientos de voces.

Piezas como La estación, Se enamoran, El club de los corazones rotos y La bragueta fueron aplaudidas, tarareadas, vociferadas, susurradas, cantadas.

Adrián Berazaín pudo haber sido el mejor cierre de la velada, pero a la una de la madrugada, cuando se despidió, un trovador subió al escenario para decir que el espectáculo continuaba. Fue entonces cuando se inició la despampanante gozadera que devino en despelote.

El cantautor de marras —cuyo nombre me reservo— comenzó a cantar: "A mí me gustan todas las pepillas. Las pepillas que tienen piercing me gustan mucho... y las que no lo tienen me gustan más". Con un gesto le pedía al público repetir el estribillo y éste respondía como se esperaba.

Con cada nueva frase el cantor le fue agregando otros atributos a la pepilla protagonista de su canción, mientras cientos de gargantas reiteraban cada palabra.

Pero la madrugada necesitaba ponerse más caliente para «honrar la trova» y el cantante pidió que se acercara alguna joven del público para elegir a la «pepilla Longina».

Una chica aceptó la invitación, y mientras se movía con lascivia delante del trovador protagonista del show, otro cantor sacaba la lengua, abría exageradamente los ojos, y deslizaba sus manos por el pie del micrófono —más bien lo acariciaba— a la manera que lo hacen las strippers.

Por supuesto que la gozadera daba para más. Con otro estribillo «picante» se solicitó que algún chico «pepillo» se hiciera cargo de la joven. Inmediatamente apareció un pretendiente, que movió sus caderas cerca de la muchacha, le decía cosas al oído, y todos aplaudían mientras continuaban bailando.

Sin embargo, como en los cuentos de hadas —o mejor, de brujas— se rompió el hechizo cuando la aspirante a «pepilla Longina» dijo a gritos que el muchacho no le gustaba, y que por eso abandonaba la competencia.

Fue necesario comenzar de cero. Y el trovador pidió la presencia de otra chica.

Entre bromas y risas un grupo señaló a una joven que el cantor tomó por una mano y llevó hasta el escenario. Se inició, una vez más, el ritual. Y hubo movimientos calientes, y estribillos eróticos, y siempre mucho ritmo.

Hasta que al trovador se le ocurrió la «feliz idea» de que la nueva aspirante a «pepilla Longina» se quitara la blusa. Y la muchacha insinuaba el gesto, pero no lo concluía. Tanto repitió el amago, que el cantor dijo: "A ver, vamos a demostrarle a esta pepilla que los hombres somos capaces de quitarnos las camisas".

Y muchos se las quitaron. Y también los pulloveres y las camisetas. Pero al ver que los trovadores no se habían sumado a la iniciativa, el que protagonizaba el espectáculo los conminó a hacerlo. Algunos aceptaron el reto, uno se negó rotundamente delante de todos, a otro fue necesario quitarle la prenda por la fuerza, y no faltó quien se escabullera entre los espectadores.

Pero la nueva aspirante a «acariciar la fama por 10 minutos» necesitaba una pareja. Y el trovador se dirigió al público reclamando que alguien la acompañara.

Apareció un joven que, a juzgar por la algarabía de los amigos de la chica, a ella no le era indiferente. Y regresó el baile erótico, el temblor acompasado de la cintura, la insinuación, los gritos, las caras con expresiones voluptuosas, y siempre el baile desenfrenado y caliente.

Una vez más el trovador protagonista del espectáculo invitó a la joven a quitarse la blusa, y como ésta solo la llevaba hasta los límites del sujetador —que los cubanos llamamos «ajustador»—, se dirigió al chico que la acompañaba en el baile para que él lo hiciera. Pero éste se negó rotundamente.

Minutos más tarde, sofocada y alegre, la pareja se despidió del público con un beso en la boca —como en los cuentos de hadas.

Todo el tiempo los teléfonos móviles estuvieron muy activos. Cada detalle fue grabado, y ahora mismo deben estar circulando de mano en mano los videos de cómo se intentó elegir a la «pepilla Longina».

Habrá quienes sonrían al ver la grabación. Habrá, incluso, quienes amplifiquen el sonido para bailar. Pero habrá otros que, preocupados, se pasarán las manos por la cabeza, cerrarán los ojos y dirán en un susurro: "Dios mío, ¿qué nos está pasando?"

 
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