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Silvio Rodriguez insiste en que miremos hacia los barrios

Silvio Rodríguez insiste en que miremos hacia los barrios

Por: Roberto Reyes (15 de diciembre de 2013)

Silvio Rodríguez

Silvio Rodríguez insiste en que miremos hacia los barrios. Foto: Tomada de internet

En realidad deseaba utilizar otro título para este texto. Quería decir algo así como "Silvio Rodríguez nos grita desde los barrios y no le escuchamos". Pero, por alguna razón, me pareció una idea poco «elegante».

Sin embargo, sigo pensando que el trovador, a su modo, nos «grita» a cada uno de nosotros —a toda la sociedad cubana— para que miremos qué está sucediendo en esos sitios en los que se presenta para regalar canciones.

Incluso me atrevo a afirmar que el «grito» ya se convirtió en alarido. Y aún así seguimos como si nada estuviera ocurriendo. Quien lo dude, solo tiene que buscar las huellas que han dejado los conciertos que recientemente ha ofrecido el cantor.

(...)

Es cierto que unas semanas es poco tiempo, pero para lo mucho que debe cambiar en esta comunidad de tránsito, uno espera que el tiempo avance más velozmente. Aunque sí lo hace, pero en otro sentido. Carbó Serviá sigue estando en un calendario negativo: va en decadencia, las cosas cambian, pero no progresan, regresan sobre sí mismas, se destruyen en cierta autofagia material, que conduce a otras hambres y a otras duras formas de saciarlas.

El clima hizo una diferencia importante esta tarde. Y los ánimos lucían invernales como el viento, que reforzaba la faz esteparia del lugar. La parte oscura del panorama permanece igual. Pero Roberto Lahera, el delegado, es optimista: todo lo que se sepa sobre nosotros, todo el trabajo que se pueda hacer, en su momento, tendrá algún efecto. Está hablando de la visita de Silvio y sus invitados, que tanto de luz saca a la gente; y de la prensa, claro, que le merece un voto de confianza.

Alfredo no piensa igual. Lleva tantos años como Lahera en Carbó Serviá, y fue optimista. Fue optimista muchas veces. Presa de un optimismo cíclico, que se alternaba con fases de pesimismo, bastante severas, con creciente tendencia al desencanto-desengaño-desilusión, que se espantaban sucesivamente con lo que él llama “el furor”: unos destellos, no pocos momentos en que se ha llenado de carros y visitantes el barrio, o los albergados han sido convocados a cierta reunión a la que debieron asistir con cascos porque los llevarían a un terreno donde estaba en ciernes una obra de construcción de viviendas que ellos terminarían, o se dispone un pequeño puesto médico (que a la larga permanece deshabitado), o llega una brigada y atraviesa la comunidad con una zanja para instalar un conducto que lleve el agua hasta los albergues.

La yerba prolifera ahora en ese hoyo largo. Lo invade, lo habita, como lleno de yerba debe estar el terreno de la obra en ciernes, que en ciernes quedó. La yerba se adapta mejor que la gente, hasta las aguas negras sabe usar en su provecho. La yerba allí es alta ya, altísima, y como la gente se cae con frecuencia en el hoyo, se mezcla con ella. La yerba cubre casi toda la zanja, y hasta al tragarse a la gente se parece al olvido, al tiempo cuando cae y se acumula como polvo en capas ya muy gruesas.

Alguien se ha olvidado de Alfredo, de la zanja, de Roberto y de los demás. En los ojos verdes de Alfredo no queda mucho de brillo, solo aquel que le reserva la conmoción. Hay indignación en su boca, que –se me antoja un patrón en la comunidad– sonríe al decir que lleva 17 años esperando: «Poquito tiempo, ¿verdad?», ironiza con crueldad hacia sí mismo.

Los economistas aseguran que la espera tiene un costo social y político de unas dimensiones tremendas. Debe tener algo así como el tamaño de la edad de Alfredo, que no es los años que ha vivido, debe tener el tamaño de lo que dice su boca y de lo que falta en sus ojos. Debe tener la altura inefable de una yerba descomunal, voraz como la que crece en la zanja, y un poco más.

Dice Alfredo con indignación que "el furor" ha sido un juego para cierta gente, entusiastas practicantes del habla sobre la acción pero abstinentes de toda acción posible, figurines de cogotes anchos, de metálica sonrisa fácil y estómagos prominentes –los describe–. Alfredo no, él es un flaco tranquilo que acusa sereno, como quien no tiene nada que perder, pero no sin pasión. Perdió la esperanza antes que la pasión. Para él la primera no ha sido, tal como asegura la profecía, lo último que se pierde.

No es gratuito que haya reproducido casi todo el artículo titulado Silvio en El Chico: De regreso, escrito por Mónica Rivero y publicado en el sitio Cubadebate junto a un fotorreportaje del director de cine y fotógrafo Alejandro Ramírez Anderson.

El texto me hizo recordar que hace poco más de un año escribí Silvio, los barrios y la escalera, donde declaré que detrás de cada concierto que el cantor ofrece en una zona marginal percibo "una especie de alegoría del giro que el trovador desea que haga la sociedad cubana contemporánea. Un giro hacia la gente sencilla, de a pie: hacia los «Narcisos el Mocho», «los pintores de las mujeres soles» y los seres humanos «hechos a duras penas»".

Este criterio ha vuelto a inquietarme, hace pocas horas, después de visitar el blog del autor de Ojalá y Unicornio.

En su bitácora, Silvio ha publicado los versos de la canción Zapateo provinciano, que interpretó el dúo Lien y Rey en los recientes conciertos que ofreció el trovador en barrios de Matanzas.

Debajo del texto de la pieza aparecen dos imágenes con las siguientes leyendas: "Casa del barrio El Fundador (Matanzas) de frente" y "La misma casa de espaldas".

Así de aparentemente simple es la reciente publicación que muestra el blog Segunda cita, de Silvio Rodríguez. Los detalles se van revelando cuando leemos los comentarios que han agregado los internautas y el propio cantautor.

Patricia Moda dijo...
(...)
La municipalidad no puso ni un bote, y la ambulancia no podía entonces acercarse, es q los recursos estaban todos en otro barrio "más visible para la sociedad" donde claramente se acercaron a mostrarse las autoridades.
(...)
11 de diciembre de 2013 11:39

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Silvio dijo...
Sí, Patricia: fíjate en las fotos que puse del frente y la espalda de una casa de la finca El Fundador, para que comprendas como algunos funcionarios interpretan "la visibilidad". Fue la única casa que pintaron, y eso porque quedaba frente al escenario. Maquillaje barato.
11 de diciembre de 2013 12:20

El argumento del cantor es inobjetable. Y otro ejemplo es el siguiente:

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Mimí dijo...
La crónica del concierto en Finca Fundador es maravillosa. Como maravilloso es que los artistas como Silvio. Rey, Lien y el otro Rey, Los Muñequitos, se acerquen a la gente de ese modo.

Lo que más me asombra es que esas personas que pudieran llamarse marginales (me gusta más "marginadas"), sepan recibir la música y la poesía con respeto y agradecimiento, que esa semilla encuentre tierra fértil en ellos.

Silvio, y te confieso que desde hace un tiempo me ha sorprendido que ese tipo de asentamientos existan en Cuba. Cuánto hay por hacer aún, Verdad?

Abrazos.
11 de diciembre de 2013 05:57

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Silvio dijo...
No sólo existen, Mimí: siguen proliferando.
11 de diciembre de 2013 06:07

En tan breve y contundente respuesta percibo dolor y hasta impotencia. Pero este es un punto de vista muy personal, y tal vez no haya ni lo uno ni la otra.

No obstante, no puedo evitar que los artículos, los comentarios y las fotos que se mueven alrededor de los conciertos que ofrece el trovador en los barrios marginales estremezcan al ser humano que soy.

Por eso, aunque parezca tener más «distinción y elegancia» el título "Silvio Rodríguez insiste en que miremos hacia los barrios", creo que el que recoge el verdadero sentimiento que deseo transmitir es el que originalmente había pensado: "Silvio Rodríguez nos grita desde los barrios y no le escuchamos".

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