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Para escuchar la luz

Para escuchar la luz

Por: Humberto Manduley López (5 de septiembre de 2013)

Casi nadie pone en duda la trascendencia que la "nueva trova" ha tenido dentro y fuera de Cuba. A la vez, llama la atención lo poco que sobre ella se ha escrito. El Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, a través de su Premio de Ensayo Noel Nicola puso a circular recientemente un puñado de trabajos, entre ellos "La luz, bróder, la luz" del periodista, investigador, flamante Doctor en Ciencias sobre el Arte y, sobre todo, melómano reincidente Joaquín Borges Triana.

La luz, bróder, la luz

Portada del libro La luz, bróder, la luz, del periodista y crítico Joaquín Borges-Triana.

Sin embargo, más que un repaso por la historia de este movimiento ético y estético de la música cubana, en el libro que nos ocupa hallamos una serie de enfoques nuevos cuya lectura promete dosis cercanas de polémica y coincidencia.

De entrada, el autor propone el calificativo «canción cubana contemporánea» (CCC) ya desde el subtítulo de su obra, aunque deja claro que maneja el término como «categoría operativa». Tal definición (nos explica) responde a cambios conceptuales que empiezan a producirse justo tras la desaparición del Movimiento de la Nueva Trova, en la segunda mitad de los años 80, cuando jóvenes creadores, cuya estética podría emparentarse con la de «nueva trova» cuestionaron sus vínculos con un nombre asociado a un significado unidireccional, y donde las nuevas canciones (irreverentes, cáusticas, y con un nada oculto toque de cuestionamiento social) no encajaban.

Eran hijos de otros tiempos - no menos épicos, aunque desde una óptica distinta - y reclamaban una pluralidad de voces, criterios y puntos de vista que no fue bien entendida por diversas causas, muchas de ellas apuntadas en estas páginas. «Ser o no ser trovador» fue el dilema, y comenzaron a aflorar definiciones como «cantautor» o «trovero», «canción pensante, inteligente o de arte», inequívoco signo de que algo estaba sucediendo en materia de conceptos, y se apelaba más al distanciamiento que a la conexión.

Reconocer herencias, pero a la vez marcar un terreno propio, se tornó apremiante. De todas formas la propia nomenclatura de CCC resulta – por lo menos - tan difusa, abarcadora, mutable y polémica como la de «trova», aunque fija nexos, antecedentes, rupturas y continuidades.

El libro maneja conceptos como «independiente», «marginalidad», «alternativo», «underground». Creo que son indicativos de la existencia entre nosotros de algo que podría clasificar como «contracultura» – en el sentido de no pertenencia a un esquema cultural hegemónico bendecido tradicional y políticamente. Otros términos, como «identidad» y «legitimidad» también aparecen una y otra vez, cual manzanas de la discordia, ante la diversidad de enfoques que cada parte emite.

Además, se establece una paradoja importante, pues aquí se habla de canciones, pero muchas de ellas son poco conocidas, o desconocidas por completo para el lector, debido a que o bien no se grabaron de manera oficial, o la censura las ha sacado de circulación. Para contrarrestar tal déficit se incluyen textos (parciales o totales) de algunas de ellas, aunque se cita un número mayor. Pienso que una más nutrida selección habría sido útil y estratégica, a fin de ilustrar mejor algunos de los planteamientos de Joaquín, ya que está casi invalida la posibilidad de escucharlas.

Las páginas de "La luz, bróder, la luz" contienen una alta carga vivencial que, por una parte, hace más amena su lectura, pero también establece complicidades con el lector informado (léase: aquel que comparte las mismas experiencias que quien escribe) al tiempo que trata de llegar al desconocedor (asumiendo el reto que tal finalidad puede no cumplirse en toda su dimensión). Se transmite información pero resulta difícil traducir en palabras una experiencia que involucra otros planos cognoscitivos.

Por ejemplo, para quienes no hayan vivido una determinada etapa (13 y 8, la Casa del Joven Creador, las tardes del Café Cantante) el libro les aportará datos que serán más o menos efectivos dependiendo de la capacidad descriptiva del autor y la decodificación que se haga de su lectura, mientras que para quienes conocieron esos sitios y momentos, tales menciones avivarán memorias personales, apelando a los recuerdos como complemento eficaz. Son, sin dudas, las ventajas y desventajas de ser una historia tan reciente y a la vez tan ignorada.

No obstante, la cercanía afectiva puede convertirse en un arma de doble filo, al magnificar o justificar ciertos elementos, obviando otros; algo que Borges Triana trata de evitar todo el tiempo, mostrando una objetividad labrada sobre concepciones teóricas propias de la academia, unidas a su análisis personal (apasionado, pero sincero). De todos modos opino que siempre es preferible la posibilidad del error y el subjetivismo individual, antes que la aridez, el esquematismo y la falta de rigor que ha sobrevolado hasta ahora las varias aproximaciones a tal terreno de estudios.

A través del libro nos topamos con diversas temáticas: los elementos nuevos que introduce esta canción en cada etapa, y los sucesivos re-acondicionamientos que experimenta; los procesos de asimilación presentes en el acto creativo, entroncados con la estética post-moderna en cuanto al empleo de citas, apropiaciones, préstamos, subversiones y parodias; una bien documentada cronología a partir de los años 80 hasta hoy; la re-contextualización producida en el bolero; los puntos comunes y divergentes entre la trova insular y la diaspórica; los diferentes niveles de desgarro y compromiso generados por la realidad del contexto social (del cual el trovador inevitablemente forma parte) y su traducción en canciones. Aristas tratadas con precisión científica, aunque la manera de enfocarlas, desde la nostalgia o el gusto personal (algo que Joaquín admite en las páginas iniciales), elude toda posibilidad de convertir la obra en uno de esos funestos «ladrillos».

Con un lenguaje que se mueve entre lo coloquial y lo académico, con profusión de citas y notas, más un considerable bagaje teórico que trasciende lo meramente musical, "La luz, bróder, la luz" acude a los terrenos de la antropología, los estudios socioculturales y migratorios, la semiótica, la lingüística, etc. ¿Resultado? Un texto imprescindible para acercarse a esta zona de la creación musical cubana, bastante huérfana y necesitada de análisis similares.

Sin dudas es un libro que va a generar (ya lo hace) polémica, como debe ser en cada tesis o ensayo que se respete, y más en un tema tan candente y poco abordado como este. El autor puso sus herramientas teóricas en función de defender algo que le es cercano afectivamente. Sus palabras, entonces, están marcadas por la experiencia del melómano que ha seguido todo este devenir durante más de dos décadas, y por la concienzuda profundidad del estudioso.

Si tuviera que señalar los valores principales del texto, "en mi molesta opinión", apuntaría tres niveles. En primer lugar el libro es valioso por lo que dice: todo el planteamiento objetivo acerca de esta Canción Cubana Contemporánea, que en algún momento escapó de los márgenes estandarizados del concepto «trova».

Un segundo escalón de importancia radica en lo que sugiere, lo que insinúa entre líneas, sobre todo esa constante alusión a la censura (directa o velada) que tanto daño hizo y hace a la cultura en general, y a este tipo de arte en particular. Censura que, además, permanece peligrosamente anónima (el típico «nadie fue») y con tendencia a crecer, como también se muestra en estas páginas, y que sería importante investigar, historiar, desenmascarar, para entender mejor razones y dolores detrás de algunos de los procesos que aquí se describen.

Finalmente, me parece que también este texto resulta vital por lo que no dice. Sus interrogantes abiertas y todo lo que queda en el tintero debieran funcionar como invitación apremiante a proponer puntos de vista distintos o coincidentes pero que enriquezcan el necesario debate. Solo me gustaría que quienes decidan intervenir en tal polémica lo hagan con la misma riqueza teórica y compromiso humano presentes en esta investigación.

Como conclusión, además de recomendar efusivamente la obra, cortesía del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau (en su perenne apoyo a la «otra canción cubana», llámese o no trova, sea hecha o no a guitarra limpia) y de agradecer al autor por alimentar el imprescindible intercambio de criterios, diría que, después de tantos años en que nos ha compartido sus impresiones «soñando por la oreja», ahora Joaquín nos propone sencillamente escuchar «la luz, bróder, la luz».

 
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